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Cuestionar el sentido común – Entrevista a Ana Buquet

Cuestionar el sentido común – Entrevista a Ana Buquet
Ana Buquet

«En determinadas dimensiones de la vida, hay desplazamientos de la imagen tradicional (después de todo, no cualquier hombre acepta a una supercientífica como compañera; solo aquel que ha transformado la idea de que las mujeres no son aptas para las ciencias); pero en otras dimensiones, no».

¿A qué factores responde dicha marginación?

– Hemos podido detectar distintos factores de peso a considerarse en políticas que impulsen la participación de mujeres en las ciencias. Evidentemente, uno de ellos tiene que ver con la discriminación que persiste en este tipo de disciplinas, que aún se conciben como masculinas y que se muestran como tal (en principio, porque su población está mayoritariamente compuesta por varones). De allí que se genere un ambiente institucional donde las microinequidades (comentarios, actitudes, chascarrillos o gestos de la vida cotidiana) hagan que las mujeres no estén del todo cómodas. Otros puntos importantes tienen que ver con los sesgos de género en la evaluación académica, con el acoso y el hostigamiento. También es fundamental pensar identidades de género… Fíjate que, realizando entrevistas a investigadoras promedio y a investigadoras top, encontré que las de alto nombramiento tienen ciertos desplazamientos de los mandatos tradicionales de género en la dimensión identitaria. Es decir, son mujeres de carácter fuerte, con gran temperamento, que incluso pueden ser consideradas como “masculinas” por sus colegas y que, en general, reconocen que esa condición les ha permitido circular por estos espacios. 

A pesar del temple, ¿son conscientes de las inequidades, de la discriminación? ¿Se muestran sensibles a las problemáticas de género?

– Están quienes tienen consciencia de género, y quienes no. Lo cierto es que este tipo de investigación genera procesos de sensibilización. Entonces, las primeras conocen los datos y actúan en consecuencia, son más evidentes en sus posiciones; las segundas, mientras tanto, se sorprenden de su propio discurso y, en ocasiones, intentan modificarlo. Por otra parte, también observamos que las investigadoras promedio, las que no son top, suelen estar mucho más apegadas al modelo de género tradicional. Y encontramos además una diferencia de clase, que se traslada a la división sexual del trabajo. Porque una cosa es administrar la familia y las emociones con ayuda doméstica de tiempo completo y otra muy distinta es hacerlo a pulmón.

En un artículo hacías hincapié en la necesidad de “luchar contra el sentido común”, en tanto naturalización de preconceptos culturalmente construidos…

– Así es. Un ejemplo claro sería las parejas de investigadores. Aun cuando al marido le parezca estupendo que su pareja tenga una carrera de altísimo nivel, ¿quién hace las compras en el supermercado? ¿Quién se ocupa del menú del día o de cambiar pañales? En determinadas dimensiones de la vida, hay desplazamientos de la imagen tradicional (después de todo, no cualquier hombre acepta a una supercientífica como compañera; solo aquel que ha transformado la idea de que las mujeres no son aptas para las ciencias); pero en otras dimensiones, no. Y si medimos este factor en horas, sabemos que ellas destinan el doble de tiempo al cuidado de hijos (20 horas semanales contra 10), a la preparación de alimentos, al cuidado de la ropa… Entonces, haciendo la suma, resulta que las mujeres dedican dos meses al año al ámbito doméstico y familiar; traducido a una trayectoria de diez años, son dos años los perdidos, que podrían haber sido utilizados a la academia. Contemplando solo este aspecto, se hace evidente que las condiciones de competencia son completamente desiguales. Y que, aunque no sea una decisión consciente, se prioriza la carrera de los maridos; algo incorporado en el proceso de conformación de las identidades.

En ese sentido, en más de una oportunidad has hecho referencia al problema de que, desde la conformación como sujetos, “a las niñas se las educa para ser niñas; a los niños para ser niños”…

– Sí, por supuesto. Empero, lo curioso es que hoy día todo esto se construye… ¡desde antes que la niña nazca! Porque, sabiendo el sexo del bebé, ya se compra ropa de un color u otro, se pinta el cuarto de un color u otro, se le habla de manera diferente al no-nato; algo que empieza en la familia, sigue en la familia ampliada, continúa en la escuela, en los medios de comunicación y, como decía, también en las instituciones, organizadas ellas en la división sexual del trabajo. Por eso la mayor parte de las personas que ocupan el cargo de Secretario son en un 99 % mujeres. Por eso, la población en Enfermería, Trabajo Social o Psicología es un 80 % femenina. A pesar de que se hable de vocación libre, a pesar de que no haya un mandato subrayado, sí hay una configuración de identidades a través de ciertos mecanismos que orillan a que las mujeres opten de determinada manera y los varones de otra.

El color es esclarecedor en más de un sentido. Porque, incluso cuando el rosa y el celeste son asignados “naturalmente” a niñas y niños respectivamente, hasta el siglo XX la ecuación era diametralmente inversa: el azul era considerado femenino y el rojo masculino.

– Totalmente. Es algo muy interesante, porque demuestra que el mundo está sexualizado; no solo las personas. Las ciencias tienen sexo, los objetos tienen sexo, los colores tienen sexo. Claramente el sexo atraviesa toda la experiencia humana. Por completo. Fíjate que Pierre Bourdieu planteaba que el sistema de dominación masculina es asumido tanto por quien domina como por quien es dominado, razón por la cual se traduce como natural un sistema cultural que, como tal, es arbitrario. Salirse de esa asimilación implica un esfuerzo adicional, una mirada crítica. Y aún somos pocos quienes hacemos consciencia de estas diferencias arbitrarias creadas por la cultura de modo tan, tan eficaz. Porque uno de sus basamentos es, como decía, la constitución de las identidades, un proceso subjetivo, no consciente, no racional ni elegido, que nos introduce a todos los seres humanos en este régimen de relaciones.

Buena parte de tu trabajo se ha orientado a incidir en cambios en pedagogía ¿Dirías que ese es un foco clave para avanzar en dirección igualitaria?

– En verdad, pienso que son muy importantes todos los procesos formativos y de capacitación; en especial, la educación no formal (o sea, aquellos que se dan dentro de la familia, de los espacios sociales, de los medios). Porque las identidades son flexibles, cambiantes;  de ninguna manera son fijas. Pero la adquisición de la identidad de género en los primeros años de vida es determinante para la vida a futuro. Y configurarse de manera identitaria con parámetros tradicionales, condiciona las posibilidades de desplazamiento. Entonces, cuando una familia rompe con los esquemas dicotómicos de lo masculino/lo femenino aporta enormemente a un cambio general. Creo que hay un núcleo clave en cómo madres y padres, abuelos y abuelas, todo aquel que esté alrededor de un bebé, ofrecen elementos educativos, afectivos y sociales que permitan que los niños y las niñas no estén tan radicalmente diferenciados por el género. Aquí retomo a Bourdieu, que platea que las instituciones centrales en la reproducción de la dominación masculina son la familia, el Estado, la escuela y la iglesia (faltarían los medios de comunicación), porque son las que hacen objetiva la dominación. La producen y la reproducen desde muy diversos mecanismos.

En 2013, fuiste homenajeada con el premio Margherita von Brentano que otorga la Universidad Libre de Berlín a -cito- “personalidades sobresalientes, proyectos y medidas de promoción de la mujer y estudios de género”. ¿Cómo recibiste tamaña distinción?

– En lo personal, lo que me reconforta verdaderamente es investigar y obtener hallazgos, que luego pueden utilizarse para producir políticas. Luego, siempre es bonito que se reconozca el trabajo que una está llevando a cabo; significa que quizás vaya por buen camino. Este premio particular tuvo que ver con el Programa ALFA III, financiado por la Unión Europea y realizado entre 16 instituciones (12 de América Latina -la Universidad de Buenos Aires, entre ellos- y 4 de la UE). El proyecto se propuso una serie de productos para promover modificaciones en educación superior, planteando la categoría de género como eje transversal, incluyendo otros marcadores de desigualdad -la clase, la etnia, la edad, la orientación sexual y la discapacidad- y trabajando desde una perspectiva interseccional. Estamos intentando impulsar muchos cambios, tanto desde el proyecto MISEAL (Medidas para la Inclusión Social y Equidad en Instituciones de Educación Superior en América Latina) de la Unión Europea como desde el esfuerzo mexicano de la RENIES (Red Nacional de Instituciones de Educación Superior- Caminos para la Equidad de Género). En la UNAM lo hemos hecho, y ese también es un reconocimiento hermoso. Aquí, desde el PUEG, empezamos con el proyecto Institucionalización y Transversalización de la Perspectiva de Género y, desde que comenzó, se creó una comisión especial de equidad del Consejo Universitario, de muy alto nivel. También publicamos los Lineamientos Generales para la Igualdad, y estamos a punto de sacar un protocolo de atención contra la violencia de género. Lo central es que las entidades y dependencias universitarias ya no desconocen el tema. Por fortuna, los trabajos que realizo junto a académicas como Jennifer A. Cooper, Araceli Mingo y Hortensia Moreno son fuente de alimentación para pensar cómo resolver estas problemáticas dentro de las facultades. Como investigadora y funcionaria que hace un trabajo ligado a la gestión, a los cambios normativos y estructurales, es una enorme satisfacción. En especial porque, si tú impactas positivamente dentro de la comunidad, el efecto no queda dentro de cuatro paredes: sale hacia afuera con cada integrante.

Repasando tu formación académica, se intuye que la preocupación por tópicos de género te acompañó tempranamente. Tu tesis de maestría en Psicología Clínica, sin ir más lejos, trató acerca de los “Rasgos de personalidad de mujeres que padecen disfunciones orgásmicas”.

– Para ser sincera, en aquel entonces todavía no lo tenía claro a nivel académico; pero evidentemente era algo que llevaba dentro. Porque, en definitiva, esa consciencia está íntimamente vinculada a la capacidad de observar y percibir diferencias que -cuando te tocan a ti o a personas cercanas- hacen que te cuestiones por qué ocurren. En mi caso, el discurso se conformó posterior a la experiencia (siendo la hija menor de cuatro hermanos, viví la situación de “desventaja” desde jovencita). Y ya más tarde, sí, definirme feminista, involucrarme con la problemática de género, verter mi trabajo académico en esa dirección.

Nacida en Montevideo, Uruguay, debiste exiliarte con tu familia siendo aún una niña, escapando de la dictadura cívico-militar ¿Cómo fue la transición a México?

– En realidad, primero viajamos a Buenos Aires en 1976, pero permanecimos poquito tiempo porque ese año ocurrió el golpe de Estado en Argentina. Entonces viajamos a México, donde el choque fue brutal. Yo tenía 9 años, y Montevideo era una ciudad pequeña, manejable; México, en cambio… Cuestión que, siendo todos parte del partido Comunista, conformamos comunidades de exiliados muy cercanas, donde lo que circulaba frecuentemente era el deseo de retorno. Porque, claro, no sales de tu país por decisión propia: te sacan. En ese sentido, a pesar de haberme adaptado bien, siempre estuvo esa avidez latente, incorporada desde la militancia. Y volví a Montevideo varias veces: a finales del ’84, con la familia y el exilio; y, mucho tiempo después, en el año 2000, con mi hija recién nacida y mi marido. En aquel momento, la intención era permanecer en Uruguay, pero era una hazaña económica afincarse. De allí que, cuando me ofrecieron un puesto en el Programa Universitario de Estudios de Género (PUEG) de la UNAM, donde ya había trabajado, decidiéramos regresar a México. Después de todo, mi vida escolar, mi vida académica, mi vida profesional, mis relaciones, mi hija, todo era México. Eso sí: todos los veranos, a Uruguay ¡Sin falta!

Volviendo a la temática Mujer, Ciencia y Tecnología, ¿augurás un futuro superador? ¿Sos optimista respecto a los tiempos venideros?

– Por supuesto que sí; soy muy optimista. Pensemos, por ejemplo, que las universidades tardaron muchos siglos en aceptar a las mujeres, incorporándolas a las instituciones de educación superior recién a principios del siglo XX. Desde entonces hasta el momento actual, los cambios han sido radicales. Ojo, eso no significa que haya equidad, ni mucho menos. Significa que la participación femenina y las posibilidades de las mujeres están avanzando; que el mundo avanza hacia la igualdad. Así y todo, avanzar es una cosa y conquistar es otra; por eso, no hay que quitar el dedo del renglón. Porque hablamos de transformaciones de carácter cultural y subjetivo en la forma en que se configuran las identidades de género, algo que requiere de muchísimo tiempo. Y hay núcleos duros de desigualdad; en el caso de México, uno de sus síntomas más terribles es el feminicidio…

Pues, recientemente leía un informe ciertamente inquietante, en el que se planteaba cómo, en el estado de Oaxaca, el feminicidio aumentó un 146.7% los últimos tres años.

– El asesinato de mujeres por la mera razón de que sean mujeres, es un fenómeno que se empezó a hacer visible a principio de la década del 90s en un lugar muy específico, Ciudad Juárez, hoy tristemente célebre a nivel mundial. Empero, hay altísimos índices de feminicidio en otros estados de la república. Es un tema difícil en todos los aspectos: en la cuestión legislativa, la tipificación del feminicidio es complejísimo; qué organismos deben atender el alerta de género es otro tema que no se ha podido resolver operativamente; y evidentemente las condiciones de violencia generalizadas aportan a este fenómeno terrible. Porque ocurre por muy distintas razones; no es que haya un grupo específico de personas dedicado a matar mujeres. Aunque muchas veces se haya planteado como hipótesis, no es verdad. A las mujeres las asesinan por violencia intrafamiliar, las matan por asaltarlas en la calle y violarlas, las liquidan como venganza o como ofrenda de grupos de crimen organizado, las exterminan por haber ingresado de manera masiva a las maquiladoras y transformar sus roles dentro de la comunidad… Y la característica que enmarca esta situación es que el Estado no responde, no investiga, no castiga a los responsables. Hasta que este fenómeno -que se produce en distintas regiones del país- no se resuelva, nunca vamos a poder hablar de igualdad en México. De todas formas, simultáneamente, hay leyes federales contra la violencia, se incorporan mujeres a espacios antes impensables, hay un avance en el ámbito educativo y científico y, en Distrito Federal, tenemos la despenalización del aborto, importantísimo para la autonomía femenina. Además, los roles de pareja empiezan a ser cuestionados y se mira de distinta forma el espacio doméstico. Son contrastes duros; las dos caras de la moneda.